No sabría como calificar la última sesión veraniega, lo que sí sé es que fue de todo menos veraniega. Tal vez, lo que vivimos el viernes fue algo más parecido a un cuadro de G. de Chirico que a una proyección de cine de culto. Tal vez vivimos la representación inconsciente y subconsciente del estado de abandono en el que está cayendo el espíritu del club. De nuevo reinó la desorganización y de nuevo (y ya van 3¡¡) faltó la peli ganadora, en un acto de irresponsabilidad cinefílica que se está convirtiendo en tradición.
Todo comenzó con un extraño viaje a la galaxia. Aupados al tejado mirábamos al cielo en busca de sabe Dios que, cuando, mientras tratábamos de orientarnos alineando las constelaciones, nos sorprendió un auténtico Objeto Volador No Identificado que nos saludo a gran velocidad con destellos de luces. Aturdidos, y sin querer abandonar aún la realidad, decidimos comer algo (al final comimos mucho, hasta hartarnos¡), como queriendo anclar nuestro espíritu a la tierra… pero ya habíamos entrado en un bucle del que no podíamos escapar.
Un profundo sueño se apoderó de nosotros, como una marea imparable que subió hasta ahogarnos. No estoy seguro de si llegamos a despertar, pero creo que en ese momento nuestro viaje iniciático había llegado a su destino. El paisaje era como un cuadro de Friedrich o un poema de Blake, con truenos y relámpagos de fondo, pero sobre todo, dominado por un extraño e inquietante silencio, el que, sin duda, debe reinar en lo más hondo de la mente.
Una película dentro de otra, una historia inquietante, una singladura a lo desconocido… Una nueva lección, al fin y al cabo, dictada en el marco de Espíritu Cinéfilo. Por cierto, la proyección fue lo de menos, y, aunque estemos cayendo en la relajación de costumbres, no cambio por nada del mundo estas experiencias vividas cada vez que nos reunimos.
Todo comenzó con un extraño viaje a la galaxia. Aupados al tejado mirábamos al cielo en busca de sabe Dios que, cuando, mientras tratábamos de orientarnos alineando las constelaciones, nos sorprendió un auténtico Objeto Volador No Identificado que nos saludo a gran velocidad con destellos de luces. Aturdidos, y sin querer abandonar aún la realidad, decidimos comer algo (al final comimos mucho, hasta hartarnos¡), como queriendo anclar nuestro espíritu a la tierra… pero ya habíamos entrado en un bucle del que no podíamos escapar.
Un profundo sueño se apoderó de nosotros, como una marea imparable que subió hasta ahogarnos. No estoy seguro de si llegamos a despertar, pero creo que en ese momento nuestro viaje iniciático había llegado a su destino. El paisaje era como un cuadro de Friedrich o un poema de Blake, con truenos y relámpagos de fondo, pero sobre todo, dominado por un extraño e inquietante silencio, el que, sin duda, debe reinar en lo más hondo de la mente.
Una película dentro de otra, una historia inquietante, una singladura a lo desconocido… Una nueva lección, al fin y al cabo, dictada en el marco de Espíritu Cinéfilo. Por cierto, la proyección fue lo de menos, y, aunque estemos cayendo en la relajación de costumbres, no cambio por nada del mundo estas experiencias vividas cada vez que nos reunimos.